viernes, 3 de abril de 2009

Marruecos IV. Del desierto a Marrakech. Fin del trayecto.

La mañana que partimos del desierto rumbo a Marrakech fuimos conscientes que dejabamos atrás lo más bonito del viaje. Íbamos a hacer una ruta de dos días en 4x4 hasta la ciudad más turística de Marruecos, pasando por el valle de las rosas, la garganta del Todra la zona de las mil kasbahs (escenario de montones de peliculas de hollywood que cuenta con un estudio de cine propio), cruzando el medio Atlas... El viaje en 4x4 era pasarse muchas horas dentro de un coche, y aunque disfrutamos mucho de la cantidad de cosas que vimos por el camino, al final acabamos un poco cansados. Hicimos montones de fotos, con serpientes, en la nieve, en la carretera... pasamos un noche en una casa bereber y al fin llegamos tras muchas horas de viaje a la gran ciudad Marrakech. Había una cantidad de gente impresionante, mucho movimiento y mucho ruido. Veníamos de un lugar en el que reinaba el silencio y para nosotros fue un cambio radical.
Pensamos que quizás deberíamos habernos quedado unos días más en el desierto, pero ya era demasiado tarde. Nuestro guía nos dejó lo más cerca que pudo de la plaza de Jemma el Fna y con nuestras pesadísimas mochilas a hombros fuimos de nuevo a buscarnos la vida. Era la vez que menos ganas teníamos de ponernos a buscar hotel, andábamos algo desanimados al haber dejado el desierto atrás tan rápido y además estábamos cansados. Nos quedamos con el primer hotel en el que preguntamos y fuimos a descansar y a ducharnos, decidimos que al día siguiente buscaríamos algo más barato. Después de una ducha y una siesta volvieron las energías y las ganas de seguir descubriendo Marruecos. Salimos a explorar, la calle principal que conducía a la plaza estaba llena de restaurantes turísticos y de comida rápida, había música en cada esquina y gente de todo tipo procedente de todos los rincones del mundo. La plaza era inmensa y detrás se extendían los zocos como una red laberíntica que se internaba en la ciudad. Teníamos cinco largos días para conocer Marrakech y para hacer las compras pertinentes. Nos cansamos de regatear y encontramos comida rápida que no tiene nada que envidiar ni en calidad ni en precio a la que se encuentra en españa, estaba riquísima y era super barata. Al día siguiente cambiamos a un hotel en el que nos ofrecieron un precio mejor. Los días en Marrakech nos los tomamos con calma, pasear, comer, comprar baratijas y descansar. Por las mañanas nos íbamos a tomar un zumo de naranja (el mejor zumo de naranja del mundo) a la plaza, bien fresquito y luego íbamos a una tetería muy barata y tomábamos té o café con un pastelito y ya teníamos suficiente energía para patearnos la ciudad y regatear a muerte para llevarnos todo al mejor precio. Marrakech fue una auténtica locura. El último día en el aeropuerto respiramos aliviados, habíamos disfrutado al máximo pero después de casi un mes fuera de casa necesitabamos descansar. Hicimos escala en Madrid y tuvimos que pasar la noche allí. Cuando vimos el hotel de Madrid casi se nos saltan las lágrimas ante tanto lujo. Había un baño enorme y moderno en la habitación con una gran bañera, no hubo ninguno de nosotros que esa noche no se diera un baño caliente con espuma. Luego nos juntamos todos en una habitación a ver la tele y comentar nuestras peripecias vividas en Marruecos. Al día siguiente temprano volábamos a nuestra isla, a casa. Que pequeño que se nos iba a hacer nuestro pueblo después de pasar un mes en África.


Las montañas nevadas del Atlas


Marrakech, calle hacia Jemma el Fna


Puesto de frutas en Marrakech


Marruecos III. Rumbo al desierto



El viaje de 13 horas nocturnas en autobús fue toda una odisea digna de vivir, había tantas maletas que la unica forma de hacerlas caber todas era llenando la parte de arriba del autobus y atándolas como se haría en la baca de un coche, habíamos conseguido asiento gracias a que nos aconsejaron esperar el autobús con una hora de antelación, porque de lo contrario tenías que encontrar un hueco en el pasillo y aguantar 13 horas de pies apretujada entre la multitud. De todos modos aún encontrando asiento la comodidad era relativa, porque la gente que iba de pie trataba de robar espacio acomodándose en los reposabrazos y haciéndonos tomar posturas incómodas. Cada dos horas había una parada por si alguien tenía que ir al baño. Cuando yo tenía ganas de ir nos costó encontrar el baño y cuando lo encontramos el bus se puso en marcha y me tuve que quedar con las ganas un par de horas más que aguanté como pude. En la siguiente parada
estaba a punto de estallar, me costó encontrar el baño pero tenía que ir como fuera. Al fin, aliviada, volví al autobús y me di cuenta de que todo el mundo se estaba bajando. Teníamos que cambiar de bus si queríamos llegar al destino por el que habíamos pagado, vaya lata! Cuando conseguí acomodarme en el nuevo autobús, volvieron a parar y de nuevo tuvimos que cambiar de autobús. Total que hasta que llegamos al destino final no conseguí pegar ojo en toda la noche. Desde las ventanillas del autobús se veía un paisaje de palmeras entre las que se filtraban los primeros rayos de sol, parecían oasis porque el terreno era bastante árido. Bajamos en un pueblo muy cercano a la zona en la que teníamos el hotel, la primera vez que íbamos habiendo reservado habitación. Al ser tan temprano las calles estaban vacías, pero enseguida vino un coche a recibirnos para intentar llevarnos a otro hotel, se nos pegaron un rato pero al fin nos libramos de ellos. Un hombre abrió un bar sólo para que pudiéramos desayunar, muy amable por su parte, se nota que no tienen mucho turismo en noviembre y necesitan dinero. Tras el desayuno hablamos con un taxista y llegamos a un acuerdo enseguida para que nos llevara a nuestro hotel "Kasbah Panorama" entre Hassi Labied y Merzouga, enfrente del desierto de Erg Chebbi. La carretera no era muy ancha y estaba franqueada a los dos lados por infinitas llanuras desérticas, era una carretera en medio de la nada, al fin divisamos a nuestra derecha un horizonte de dunas rojizas que anunciaba el comienzo del desierto. En una pequeña colina en medio de la nada estaba nuestro hotel, que era una pequeña kasbah del color de la arena. El dueño nos recibió como si fuéramos miembros de su familia a los que no ve hace tiempo, nos invitó a té, se sentó con nosotros a hablar y nos enseñó nuestras habitaciones como si se tratara de nuestra nueva casa. Era perfecto, todo decorado con mucho gusto y ambientado en el desierto, habitaciones muy espaciosas con cuarto de baño y ducha de agua caliente y las camas grandes con un montón de mantas. Desde la ventana de mi habitación se veían las dunas por las que en ocasiones pasaban caravanas de camellos. Estaba tan cansada que dormí toda la tarde en vez de ir corriendo a la arena como m hubiera gustado. Por la noche disfrutamos de una deliciosa cena bereber y una velada de tambores que parecía sacada de un sueño, estábamos solos en el hotel y disfrutamos de lo lindo aprendiendo a tocar los tambores, bailando y charlando. Esa noche dormí mejor que nunca. Al día siguiente caminamos hasta Merzouga a comprar comida en una tienda, muchos niños nos siguieron todo el camino par conseguir caramelos o dirhams. Por la tarde íbamos a adentrarnos en el desierto montados en camello para acampar y pasar la noche en mitad de las dunas en una jaima. La lástima es que empezó a nublarse y la preciosa luz del sol salió poco para poder ver los diferentes colores de la arena. Al principio el camello se hacía incómodo pero al cabo de una horita te acostumbrabas y era un medio de transporte más. Tras un par de horas más alguna pausa para hacer fotos llegamos a un pequeño campamento donde estaban nuestras jaimas. Ya se había hecho de noche. Los camelleros prepararon las tiendas cubriendo el suelo de mantas para dormir cómodamente. Nos quitamos los zapatos y nos sentamos alrededor de una msita baja de madera donde nos sirvieron un delicioso tajin de verduras para cenar. Luego alrededor de un fuego tocaron tambores y cantamos todos juntos canciones berebers, parecía que estábamos en una película de aventuras. Para rematar la noche quisimos subir a lo alto de una duna para observar las vistas, lo que parecía tan sencillo se hizo casi imposible: la duna nunca acababa, era muy cansado subirla en la oscuridad y conforme íbamos subiendo se iba formando un viento bastante fuerte que levantaba la arena y nos impedía ver por dónde íbamos. La arena entraba en los ojos, en la nariz, en la boca... y los camelleros cubiertos con sus turbantes seguían sin inmutarse, acostumbrados como estaban a las inclemencias del desierto. Al final nos paramos a mitad de camino, casi no podía respirar, me senté y conseguí relajarme. Estuvimos en silencio un buen rato, aquel lugar era mágico. Cuando volvimos a la jaima el tiempo se estaba poniendo muy feo, hacía mucho viento y empezó a llover con fuerza. Nos dijeron que en el desierto suele llover sólo cinco veces al año y tuvimos que vivir una de esas raras veces que llueve. Envueltos en mantas y sacos de dormir no pasamos una pizca de frío, el techo no era impermeable del todo y a los lados había goteras, pero no caían sobre nosotros. A la mañana siguiente me di cuenta de que una de las goteras que estuchaba caía sobre uno de mis zapatos, que obviamente estaba empapado. No hubo salida del sol que ver porque seguía nublado, así que nos subimos de nuevo a los camellos de vuelta al hotel. Tres de los camellos estaban un poco trastornados y casi nos hacen caer (de hecho Melanie se cayó del suyo pariéndose de risa), y todo el viaje de vuelta tuvo atemorizados a sus pasajeros. Llegamos al hotel empapados y muertos de frío. Yussef, el dueño del hotel, me prestó sus zapatos y puso a secar los míos. Ese día empezábamos nuestra ruta de 4x4 por el atlas, pero decidimos quedarnos una noche mas en el hotel y descansar. Por la tarde el guía del 4x4 nos enseñó los alrededores, el dueño nos invitó a su casa a comer pizza bereber y luego nos fuimos a probar la tabla de snowboard en las dunas mojadas. El desierto dejó una profunda huella en todos nosotros, los paisajes como de otro mundo, la hospitalidad de sus gentes nos hicieron ver la vida de otra manera.


Palmeras al amanecer


Nuestro hotel al fondo


Las dunas




Marruecos II. Chefchaouen, Meknés, Fez.

El camino en taxi era para nosotros todo un espectáculo, yo aún no acababa de asimilar que estaba en África y trataba de absorber el paisaje para retenerlo en mi memoria. El taxista no dejaba de usar el cláxon cada vez que se cruzaba con otro taxi o con alguna cara conocida y la manera de conducir del lugar continuaba impactándonos un poco. Después de horas viendo desfilar el camino por las ventanillas vislumbramos el pueblo a lo lejos, instalado en la ladera de la montaña. Una vez llegamos procedimos a buscar un hotel de la misma manera que lo hicimos en Asilah, tomamos un té de menta en un bar, tres se quedaron allí con las mochilas y los otros tres nos fuimos a buscar la medina (donde estaban casi todos los hoteles y la parte mas bonita del pueblo). Con algunos moscones detrás intentándonos vender cualquier cosa imaginable, atravesamos la puerta de la medina y nos trasladamos a un pueblo salido de un cuento de las mil y una noches, todo estaba pintado de azul, las callejulas pequeñas subían y se bifurcaban perdiéndose en un laberinto, montones de pequeñas tiendas se repartían por todas partes deslumbrándonos con sus colores. Hicimos caso a un falso guía que quería llevarnos a un hotel que estaba justo al lado del que buscábamos y gracias a ese golpe de suerte lo encontramos a la primera. Se llamaba Pension Mouritania, el encargado muy amable nos dijo que habia habitaciones disponibles y nos enseñó un par de ellas. Nos enamoramos del encanto de aquel pequeño hotel de color azul y volvimos a por nuestras mochilas y a guiar a los demás a nuestra preciosa guarida. En el hotel no quisieron que pagásemos la habitación al momento, nos dijeron que pagaríamos al marcharnos, que "la prisa mata", así que dejamos nuestros bártulos y nos fuimos a inspeccionar, cámara en mano, aquel pueblecito tan curioso. Escaleras arriba nos topamos con la plaza, donde se arremolinaban bares y restaurantes cuyos empleados trataban de captarnos. Seguimos subiendo escaleras azules y haciendo fotos a todos los rincones, a medida que el sol se iba escondiendo un frío húmedo se iba apoderando del lugar. No llevaba ropa de abrigo y empecé a echarles un ojo a los jerseys de lana que se vendían en casi todas las tiendas, me compré uno marrón a rayas, era un modelo de chico, pero era lo mas abrigado que encontré.
No pudimos resistirnos al encanto de Chefchaouen y al final nos quedamos tres noches. Comimos la mejor comida del viaje y fue el lugar donde disfrutamos más caminando y perdiéndonos sin miedo por los mercados. El lugar transmitía paz y tranquilidad, los lugareños nos sorprendieron gratamente por su amabilidad y hospitalidad y nos enseñaron su valioso refrán :"La prisa mata".
La verdad es que nos costó mucho despedirnos de este pueblo cuando el último día nos levantamos de madrugada y caminamos cargados con nuestras mochilas pueblo abajo para tomar el bus que nos llevaría a Meknés. El autobús era viejo y destartalado, a esas horas de la madrugada hacía mucho frío y el viento se colaba a través de varias ventanas rotas, nuestros ánimos y mis defensas en particular estaban por los suelos (empezaba a pillar un buen gripazo), las cuatro horas de autobús se nos hicieron eternas. Finalmente nuestra entrada en Meknés rompía un poco nuestro esquema de viaje relajado que habíamos llevado hasta el momento. La estación de buses abarrotada y gris, los baños públicos difíciles de olvidar, los buscavidas tratando de sacar algún provecho de turistas despistados y algo positivo en parte, el español ya no era nuestra primera lengua de comunicación, nos entendía menos gente y podíamos librarnos más facilmente de los falsos guías, se oía mucho más francés (idioma en el que nos defendíamos bien y que hablaban a la perfección las dos francesas del grupo). Lo primero que hicimos al llegar a Meknés, aparte de ir al baño, fue desayunar. Aunque mi estomago estaba bastante revuelto sentía hambre y pedí un café con leche (mas bien era leche manchada)y una pasta industrial que estaba sequísima. Después de pasar tres días en Chefchaouen, el panorama no nos gustó tanto y decidimos pasar directamente a Fez que era más grande y tenía unos zocos muy interesantes. Buscamos un taxi en Meknés y tras varios intentos fallidos por querernos cobrar mucho más de la cuenta encontramos un taxista que aceptaba nuestro precio, pero al acomodarnos en el taxi nos increpó a que le pagaramos por adelantado de muy malas maneras, así que decidimos apearnos y buscarnos otra manera de llegar a Fez. Justo mientras regresábamos a la estación de autobuses un chico nos interceptó para preguntar adonde nos dirigíamos, al principio desconfiamos pero decidimos que no teníamos muchas alternativas así que le dijimos nuestro destino. El chico nos señaló un bus que en ese momento estaba haciéndo parada y nos dijo que corriéramos si queríamos pillarlo. Menos mal que hay gente buena dispuesta a ayudar sin recibir nada a cambio, gracias a ese muchacho fuimos hasta Fez en un autobús interurbano muchísimo más barato que el taxi en poco más de media hora. Fez es una ciudad importante, se notaba en la cantidad de gente que fluía por la estación de autobuses, también era muy sucia, pero el hecho de saber que ibamos a descansar en el primer hotel que encontrásemos nos mantenía contentos. Antes de buscar hotel compramos billetes de bus nocturno que a la noche siguiente nos llevaría hasta el desierto. Luego entramos a zona amurallada de Fez por la cual teníamos que orientarnos para encontrar uno de los hoteles que nos recomendaban en lonely planet, dentro del laberinto de los zocos parecía algo imposible orientarnos aunque la suerte estaba de nuestra parte y encontramos nuestro hotel enseguida, no era un lujo que digamos, pero era aceptable. Descansamos un buen rato y fuimos a pasear. Los zocos eran impresionantes, eran enormes y te perdías con mucha facilidad, había tenderetes con todo tipo de cosas y el colorido era maravilloso, las zonas donde hacían comida olían a las mil maravillas y con el transcurrir de la tarde empezamos a tener hambre, así que fuimos a cenar a un restaurante que también aparecía en la guía donde repusimos fuerzas. La noche la pase enferma en la cama mientras algunos se fueron a conocer un poco más la ciudad. Conocieron a unas chicas marroquies de las cuales nos hicimos amigas. Al día siguiente nos fuimos a comer con Asmae, una chica marroquí muy moderna que nos guió y nos ayudó a encontrar buenos precios. Nos acompañó toda la tarde hasta que tuvimos que irnos de nuevo a la estación de autobuses para embarcarnos a una nueva aventura rumbo al desierto.


Chefchaouen, el pueblo azul





Fez