viernes, 3 de abril de 2009

Marruecos III. Rumbo al desierto



El viaje de 13 horas nocturnas en autobús fue toda una odisea digna de vivir, había tantas maletas que la unica forma de hacerlas caber todas era llenando la parte de arriba del autobus y atándolas como se haría en la baca de un coche, habíamos conseguido asiento gracias a que nos aconsejaron esperar el autobús con una hora de antelación, porque de lo contrario tenías que encontrar un hueco en el pasillo y aguantar 13 horas de pies apretujada entre la multitud. De todos modos aún encontrando asiento la comodidad era relativa, porque la gente que iba de pie trataba de robar espacio acomodándose en los reposabrazos y haciéndonos tomar posturas incómodas. Cada dos horas había una parada por si alguien tenía que ir al baño. Cuando yo tenía ganas de ir nos costó encontrar el baño y cuando lo encontramos el bus se puso en marcha y me tuve que quedar con las ganas un par de horas más que aguanté como pude. En la siguiente parada
estaba a punto de estallar, me costó encontrar el baño pero tenía que ir como fuera. Al fin, aliviada, volví al autobús y me di cuenta de que todo el mundo se estaba bajando. Teníamos que cambiar de bus si queríamos llegar al destino por el que habíamos pagado, vaya lata! Cuando conseguí acomodarme en el nuevo autobús, volvieron a parar y de nuevo tuvimos que cambiar de autobús. Total que hasta que llegamos al destino final no conseguí pegar ojo en toda la noche. Desde las ventanillas del autobús se veía un paisaje de palmeras entre las que se filtraban los primeros rayos de sol, parecían oasis porque el terreno era bastante árido. Bajamos en un pueblo muy cercano a la zona en la que teníamos el hotel, la primera vez que íbamos habiendo reservado habitación. Al ser tan temprano las calles estaban vacías, pero enseguida vino un coche a recibirnos para intentar llevarnos a otro hotel, se nos pegaron un rato pero al fin nos libramos de ellos. Un hombre abrió un bar sólo para que pudiéramos desayunar, muy amable por su parte, se nota que no tienen mucho turismo en noviembre y necesitan dinero. Tras el desayuno hablamos con un taxista y llegamos a un acuerdo enseguida para que nos llevara a nuestro hotel "Kasbah Panorama" entre Hassi Labied y Merzouga, enfrente del desierto de Erg Chebbi. La carretera no era muy ancha y estaba franqueada a los dos lados por infinitas llanuras desérticas, era una carretera en medio de la nada, al fin divisamos a nuestra derecha un horizonte de dunas rojizas que anunciaba el comienzo del desierto. En una pequeña colina en medio de la nada estaba nuestro hotel, que era una pequeña kasbah del color de la arena. El dueño nos recibió como si fuéramos miembros de su familia a los que no ve hace tiempo, nos invitó a té, se sentó con nosotros a hablar y nos enseñó nuestras habitaciones como si se tratara de nuestra nueva casa. Era perfecto, todo decorado con mucho gusto y ambientado en el desierto, habitaciones muy espaciosas con cuarto de baño y ducha de agua caliente y las camas grandes con un montón de mantas. Desde la ventana de mi habitación se veían las dunas por las que en ocasiones pasaban caravanas de camellos. Estaba tan cansada que dormí toda la tarde en vez de ir corriendo a la arena como m hubiera gustado. Por la noche disfrutamos de una deliciosa cena bereber y una velada de tambores que parecía sacada de un sueño, estábamos solos en el hotel y disfrutamos de lo lindo aprendiendo a tocar los tambores, bailando y charlando. Esa noche dormí mejor que nunca. Al día siguiente caminamos hasta Merzouga a comprar comida en una tienda, muchos niños nos siguieron todo el camino par conseguir caramelos o dirhams. Por la tarde íbamos a adentrarnos en el desierto montados en camello para acampar y pasar la noche en mitad de las dunas en una jaima. La lástima es que empezó a nublarse y la preciosa luz del sol salió poco para poder ver los diferentes colores de la arena. Al principio el camello se hacía incómodo pero al cabo de una horita te acostumbrabas y era un medio de transporte más. Tras un par de horas más alguna pausa para hacer fotos llegamos a un pequeño campamento donde estaban nuestras jaimas. Ya se había hecho de noche. Los camelleros prepararon las tiendas cubriendo el suelo de mantas para dormir cómodamente. Nos quitamos los zapatos y nos sentamos alrededor de una msita baja de madera donde nos sirvieron un delicioso tajin de verduras para cenar. Luego alrededor de un fuego tocaron tambores y cantamos todos juntos canciones berebers, parecía que estábamos en una película de aventuras. Para rematar la noche quisimos subir a lo alto de una duna para observar las vistas, lo que parecía tan sencillo se hizo casi imposible: la duna nunca acababa, era muy cansado subirla en la oscuridad y conforme íbamos subiendo se iba formando un viento bastante fuerte que levantaba la arena y nos impedía ver por dónde íbamos. La arena entraba en los ojos, en la nariz, en la boca... y los camelleros cubiertos con sus turbantes seguían sin inmutarse, acostumbrados como estaban a las inclemencias del desierto. Al final nos paramos a mitad de camino, casi no podía respirar, me senté y conseguí relajarme. Estuvimos en silencio un buen rato, aquel lugar era mágico. Cuando volvimos a la jaima el tiempo se estaba poniendo muy feo, hacía mucho viento y empezó a llover con fuerza. Nos dijeron que en el desierto suele llover sólo cinco veces al año y tuvimos que vivir una de esas raras veces que llueve. Envueltos en mantas y sacos de dormir no pasamos una pizca de frío, el techo no era impermeable del todo y a los lados había goteras, pero no caían sobre nosotros. A la mañana siguiente me di cuenta de que una de las goteras que estuchaba caía sobre uno de mis zapatos, que obviamente estaba empapado. No hubo salida del sol que ver porque seguía nublado, así que nos subimos de nuevo a los camellos de vuelta al hotel. Tres de los camellos estaban un poco trastornados y casi nos hacen caer (de hecho Melanie se cayó del suyo pariéndose de risa), y todo el viaje de vuelta tuvo atemorizados a sus pasajeros. Llegamos al hotel empapados y muertos de frío. Yussef, el dueño del hotel, me prestó sus zapatos y puso a secar los míos. Ese día empezábamos nuestra ruta de 4x4 por el atlas, pero decidimos quedarnos una noche mas en el hotel y descansar. Por la tarde el guía del 4x4 nos enseñó los alrededores, el dueño nos invitó a su casa a comer pizza bereber y luego nos fuimos a probar la tabla de snowboard en las dunas mojadas. El desierto dejó una profunda huella en todos nosotros, los paisajes como de otro mundo, la hospitalidad de sus gentes nos hicieron ver la vida de otra manera.


Palmeras al amanecer


Nuestro hotel al fondo


Las dunas




1 comentario:

Una dijo...

¡Qué maravilla de fotos! He de volver a leer despacio el texto,ahora solamente le doy un vistazo al blog,me gusta mucho,esto es lo bueno de los blogs,que puedes dejarlos unos días y volver a ellos cuando una lo necesite.Besos