viernes, 3 de abril de 2009

Marruecos II. Chefchaouen, Meknés, Fez.

El camino en taxi era para nosotros todo un espectáculo, yo aún no acababa de asimilar que estaba en África y trataba de absorber el paisaje para retenerlo en mi memoria. El taxista no dejaba de usar el cláxon cada vez que se cruzaba con otro taxi o con alguna cara conocida y la manera de conducir del lugar continuaba impactándonos un poco. Después de horas viendo desfilar el camino por las ventanillas vislumbramos el pueblo a lo lejos, instalado en la ladera de la montaña. Una vez llegamos procedimos a buscar un hotel de la misma manera que lo hicimos en Asilah, tomamos un té de menta en un bar, tres se quedaron allí con las mochilas y los otros tres nos fuimos a buscar la medina (donde estaban casi todos los hoteles y la parte mas bonita del pueblo). Con algunos moscones detrás intentándonos vender cualquier cosa imaginable, atravesamos la puerta de la medina y nos trasladamos a un pueblo salido de un cuento de las mil y una noches, todo estaba pintado de azul, las callejulas pequeñas subían y se bifurcaban perdiéndose en un laberinto, montones de pequeñas tiendas se repartían por todas partes deslumbrándonos con sus colores. Hicimos caso a un falso guía que quería llevarnos a un hotel que estaba justo al lado del que buscábamos y gracias a ese golpe de suerte lo encontramos a la primera. Se llamaba Pension Mouritania, el encargado muy amable nos dijo que habia habitaciones disponibles y nos enseñó un par de ellas. Nos enamoramos del encanto de aquel pequeño hotel de color azul y volvimos a por nuestras mochilas y a guiar a los demás a nuestra preciosa guarida. En el hotel no quisieron que pagásemos la habitación al momento, nos dijeron que pagaríamos al marcharnos, que "la prisa mata", así que dejamos nuestros bártulos y nos fuimos a inspeccionar, cámara en mano, aquel pueblecito tan curioso. Escaleras arriba nos topamos con la plaza, donde se arremolinaban bares y restaurantes cuyos empleados trataban de captarnos. Seguimos subiendo escaleras azules y haciendo fotos a todos los rincones, a medida que el sol se iba escondiendo un frío húmedo se iba apoderando del lugar. No llevaba ropa de abrigo y empecé a echarles un ojo a los jerseys de lana que se vendían en casi todas las tiendas, me compré uno marrón a rayas, era un modelo de chico, pero era lo mas abrigado que encontré.
No pudimos resistirnos al encanto de Chefchaouen y al final nos quedamos tres noches. Comimos la mejor comida del viaje y fue el lugar donde disfrutamos más caminando y perdiéndonos sin miedo por los mercados. El lugar transmitía paz y tranquilidad, los lugareños nos sorprendieron gratamente por su amabilidad y hospitalidad y nos enseñaron su valioso refrán :"La prisa mata".
La verdad es que nos costó mucho despedirnos de este pueblo cuando el último día nos levantamos de madrugada y caminamos cargados con nuestras mochilas pueblo abajo para tomar el bus que nos llevaría a Meknés. El autobús era viejo y destartalado, a esas horas de la madrugada hacía mucho frío y el viento se colaba a través de varias ventanas rotas, nuestros ánimos y mis defensas en particular estaban por los suelos (empezaba a pillar un buen gripazo), las cuatro horas de autobús se nos hicieron eternas. Finalmente nuestra entrada en Meknés rompía un poco nuestro esquema de viaje relajado que habíamos llevado hasta el momento. La estación de buses abarrotada y gris, los baños públicos difíciles de olvidar, los buscavidas tratando de sacar algún provecho de turistas despistados y algo positivo en parte, el español ya no era nuestra primera lengua de comunicación, nos entendía menos gente y podíamos librarnos más facilmente de los falsos guías, se oía mucho más francés (idioma en el que nos defendíamos bien y que hablaban a la perfección las dos francesas del grupo). Lo primero que hicimos al llegar a Meknés, aparte de ir al baño, fue desayunar. Aunque mi estomago estaba bastante revuelto sentía hambre y pedí un café con leche (mas bien era leche manchada)y una pasta industrial que estaba sequísima. Después de pasar tres días en Chefchaouen, el panorama no nos gustó tanto y decidimos pasar directamente a Fez que era más grande y tenía unos zocos muy interesantes. Buscamos un taxi en Meknés y tras varios intentos fallidos por querernos cobrar mucho más de la cuenta encontramos un taxista que aceptaba nuestro precio, pero al acomodarnos en el taxi nos increpó a que le pagaramos por adelantado de muy malas maneras, así que decidimos apearnos y buscarnos otra manera de llegar a Fez. Justo mientras regresábamos a la estación de autobuses un chico nos interceptó para preguntar adonde nos dirigíamos, al principio desconfiamos pero decidimos que no teníamos muchas alternativas así que le dijimos nuestro destino. El chico nos señaló un bus que en ese momento estaba haciéndo parada y nos dijo que corriéramos si queríamos pillarlo. Menos mal que hay gente buena dispuesta a ayudar sin recibir nada a cambio, gracias a ese muchacho fuimos hasta Fez en un autobús interurbano muchísimo más barato que el taxi en poco más de media hora. Fez es una ciudad importante, se notaba en la cantidad de gente que fluía por la estación de autobuses, también era muy sucia, pero el hecho de saber que ibamos a descansar en el primer hotel que encontrásemos nos mantenía contentos. Antes de buscar hotel compramos billetes de bus nocturno que a la noche siguiente nos llevaría hasta el desierto. Luego entramos a zona amurallada de Fez por la cual teníamos que orientarnos para encontrar uno de los hoteles que nos recomendaban en lonely planet, dentro del laberinto de los zocos parecía algo imposible orientarnos aunque la suerte estaba de nuestra parte y encontramos nuestro hotel enseguida, no era un lujo que digamos, pero era aceptable. Descansamos un buen rato y fuimos a pasear. Los zocos eran impresionantes, eran enormes y te perdías con mucha facilidad, había tenderetes con todo tipo de cosas y el colorido era maravilloso, las zonas donde hacían comida olían a las mil maravillas y con el transcurrir de la tarde empezamos a tener hambre, así que fuimos a cenar a un restaurante que también aparecía en la guía donde repusimos fuerzas. La noche la pase enferma en la cama mientras algunos se fueron a conocer un poco más la ciudad. Conocieron a unas chicas marroquies de las cuales nos hicimos amigas. Al día siguiente nos fuimos a comer con Asmae, una chica marroquí muy moderna que nos guió y nos ayudó a encontrar buenos precios. Nos acompañó toda la tarde hasta que tuvimos que irnos de nuevo a la estación de autobuses para embarcarnos a una nueva aventura rumbo al desierto.


Chefchaouen, el pueblo azul





Fez

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